Honrarás
a tu padre del Nuevo Periodismo.
Por: Viviana Suárez L.
Las miradas de los asistentes rebozaban curiosidad, revelaban una expectativa desmesurada que no apaciguaría sino hasta cuando el evento terminara. Todos contaban con un aparatito pequeño, una herramienta útil para quienes no sabían inglés. ¡Pero qué maravilla esta tecnología tan avanzada! No sabía que existían los traductores simultáneos en forma de radiecito, dijo un joven que se encontraba realizando la fila. Quien haya inspeccionado a cada una de las personas que se encontraba en aquella fila de espera, bien pudo haber sacado conclusiones como que, de acuerdo a la ansiedad que todas las caras delataban, se trataba de la cola para ingresar al backstage de un concierto de rock y que esas personas estaban a solo unos cuantos minutos de conocer a su personaje favorito. Eran jóvenes, casi todos vestían ropa que evidenciaba un gusto más bien exquisito y, de paso, a todos les colgaba una cámara profesional del cuello y en la mano llevaban una libretita para guardar autógrafos. Cual periodistas que toman nota y están pendientes de que no se les escapen las palabras más relevantes cuando hacen el cubrimiento de un evento importante; o de captar la escena clave con la cámara para guardar imágenes que respalden el reportaje.
Las miradas de los asistentes rebozaban curiosidad, revelaban una expectativa desmesurada que no apaciguaría sino hasta cuando el evento terminara. Todos contaban con un aparatito pequeño, una herramienta útil para quienes no sabían inglés. ¡Pero qué maravilla esta tecnología tan avanzada! No sabía que existían los traductores simultáneos en forma de radiecito, dijo un joven que se encontraba realizando la fila. Quien haya inspeccionado a cada una de las personas que se encontraba en aquella fila de espera, bien pudo haber sacado conclusiones como que, de acuerdo a la ansiedad que todas las caras delataban, se trataba de la cola para ingresar al backstage de un concierto de rock y que esas personas estaban a solo unos cuantos minutos de conocer a su personaje favorito. Eran jóvenes, casi todos vestían ropa que evidenciaba un gusto más bien exquisito y, de paso, a todos les colgaba una cámara profesional del cuello y en la mano llevaban una libretita para guardar autógrafos. Cual periodistas que toman nota y están pendientes de que no se les escapen las palabras más relevantes cuando hacen el cubrimiento de un evento importante; o de captar la escena clave con la cámara para guardar imágenes que respalden el reportaje.
Entraron
con un salvajismo mitigado por la cordialidad y la cortesía que les exige la
urbanidad de Carreño, pero a todos los delataba la mirada que competía por
conseguir una silla en las primeras filas del auditorio. Una vez sentados,
todos atentos a que el evento empezara, se escuchó una oleada de aplausos que se originaban
desde la puerta por la que todos habían ingresado al lugar. Se trataba de la
entrada triunfal del tan esperado personaje, un viejito que llevaba puesto un
traje verde impecable con unos mocasines del mismo color que combinaban a la
perfección con un sombrero beige cubriendo sus canas. No uno de turista como esos que suele usar
Woody Allen, sino uno que desvelaba finura y elegancia.
La
juventud se levantó de sus asientos en tanto lo vieron caminar hacia el escenario,
acompañado de dos personas que dirigían y escoltaban su trayecto desde la
entrada, atravesando todo el auditorio José Asunción Silva del Centro
Internacional de Negocios y Exposiciones de Bogotá –Corferias–. Su andar era más bien el de una
persona que rodea los cincuenta, máximo sesenta años de edad; no revelaba los
ochenta que carga consigo. Ahí estaba Gay Talese, asediado por un público
inquieto que no paraba de disparar los flashes de las cámaras contra su
humanidad, pero con una vitalidad tal, que fácilmente se podía comparar con la
de cualquier asistente.
Rodrigo Pardo García, director de noticias RCN, lo esperaba en el
escenario. Él era el encargado de compartir algunas preguntas con la leyenda
del periodismo viva, que dieran rienda al desarrollo de una conversación agradable. La charla duró un poco más de una hora. Sin
embargo, solo hubo espacio para unas cuantas preguntas que llevaban a don Gay
Talese a regarse en respuestas exquisitas para todos los amantes del Periodismo
puro, del admirable, del que mezcla elementos estilísticos que se creían propios
del género literario con descripciones de situaciones de interés general,
logrando textos cargados de elocuencia y de finura sintáctica comparables a las
de un cuento de ficción. Ese que hacen llamar “Periodismo de no ficción” o
“Nuevo Periodismo”, del que dicen Gay Talese es uno de los principales
precursores -cosa que le incomoda un poco-, consiste, en esencia, en buscar historias nimias y contarlas de
manera tal que mezclen elementos con los cuales cualquier lector logre
identificarse. Una historia de carácter universal, que contenga detalles que
impregnan la cotidianidad del ser. Una historia que vele por mantenerse fiel a
la verdad. Una historia que hable de las personas, que se acerque a ellas. Una
historia que provenga de eventos privados, no de la esfera pública. Una
historia que no aspire ser un headline
sobresaliente, sino que solo quiere ser contada. En fin, historias ordinarias
de gente ordinaria, que no son noticia, pero que parecen una por la manera en
que son contadas. Eso es lo que hace el “Nuevo Periodismo”.
Por momentos se esclarecía tanto su forma de pensar a través de los
ejemplos que proporcionaba acompañando sus respuestas, que parece un poco
descabellado pensar en que Gay Talese tuvo como principal propósito incitar a
los jóvenes periodistas a escribir sobre el escándalo de las prostitutas en la
Cumbre de las Américas realizada en Cartagena; como lo afirmó un diario bogotano[1]
(Publimetro) al día siguiente de la charla realizada el veintiuno de abril. Ese
diario lo afirma, pero no es deducible que el ejemplo que dio Gay Talese con
las prostitutas fuera lo más relevante de su discurso. Antes bien, si lo fuera,
de inmediato entraría en contradicción con lo que él más defendió en la charla:
el sensacionalismo –como es el Periodismo de hoy en día–, no debe ser
catalogado como Periodismo.
Sus palabras estuvieron cargadas de acicates para el público asistente
–estudiantes de Periodismo de diferentes universidades de la capital–, además
de una patente crítica a la manera de hacer Periodismo en la actualidad. Afirmó
que la mediocridad está carcomiendo a aquellos quienes dicen ser periodistas,
alimentados por la facilidad que les brindan las herramientas tecnológicas que
les limita cada vez más el campo de interacción con la situación de la que van
a escribir una historia, más específicamente: con la gente de la que van a
hablar en esa historia. Una de las frases que más retumbaron en mis oídos es la
siguiente: “You have to be with the people you’re writing about”. Esto
significa acercarse a las personas sobre las que el periodista va a escribir.
No utilizar ningún medio que aleje a la persona. Cualquiera dirá que a Talese
le seduce la Antropología, y quién quita que tenga razón. Al usar una grabadora
de voz, decía Talese, se queda la impresión que se está obteniendo información
precisa. Pero no. Lo que la gente dice no es justamente lo que piensa. Las personas
no hablan con sentido. Hay que acercarse a ellas. No verlas como un objeto al
que podemos grabar y luego escribir historias y noticias a partir de eso. Hay
que respetarlas. Hay que verlas como clientes. Hay que servirles. A través de
las grabaciones de voz se pierde el arte de escuchar. En este sentido, se
pierde la relación entre el escritor y la persona. Se pierde la interacción.
El público permaneció en silencio mientras
la leyenda respondía las preguntas del periodista. Claro, reían cuando había
que reír porque al buen maestro no se le escapó una dosis de humor en cada respuesta.
A otras personas, como a mí, suscitaba más ternura que carcajadas cada vez que lanzaba
un chiste. Con cada referencia a
situaciones cotidianas, como el ejemplo de aquéllos artistas que jamás serán
conocidos por quienes son realmente, como el saxofonista, a quien se refirió
como “un artista sin público”; demostraba que solo basta con un poco de
imaginación para lograr escribir una buena historia. Ni siquiera es necesario
viajar para llegar al lugar de “LA” noticia, sino que se puede escribir acerca
de cosas comunes, de lugares comunes. Transformar gente ordinaria en historias extraordinarias.
Me quedaría citando más momentos dignos de resaltar de aquélla
conferencia, que deja a cualquiera volando entre ideales que para muchos
parecen utópicos. Para algunos otros, como a mí, más bien parece un reto. Eso
sí, algo idealista, pero, al fin y al cabo, un reto que representa una travesía
hacía un periodismo diferente al que se practica hoy en día en Colombia. En
unos años, revisaré en retrospectiva qué tanto he tenido en cuenta a la hora de
la práctica, esas palabras de Talese que tanto atraparon mi atención, esa invitación
a contar la verdad, a vestirse para la historia, a involucrarse directamente
con los personajes –un trabajo casi antropológico, por cierto–, a no utilizar intermediarios
tecnológicos de algún tipo para acercarse a una historia, a aportarle algo de
ti a la historia en la que te sumerges a escribir, a impregnarse del querer ser
honorable en la profesión, a respetar la profesión que te emplea, a querer ser
un artista en la escritura y un artista en aparentar ser respetable. A ser un
periodista.
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